Hola, soy Amaia Arranz y hoy sé que nací sensible e inquieta con la facultad de profundizar y la necesidad de buscar.
Igual te estás preguntando, ¿buscar qué?
Más bien buscar el para qué y el desde dónde, pero eso te lo cuento más tarde.
Siendo niña quería ayudar, en aquel entonces, a los animales, pues sentía un vínculo muy fuerte con la naturaleza y con todo lo vivo.
Y lo sigo sintiendo.
El conocimiento del funcionamiento del organismo humano siempre me atrajo.
Desde jovencita y sin yo pedirlo, aparecieron en mi vida maneras diferentes de vivir en armonía y en escucha con el propio cuerpo.
Como les ocurre a muchos seres humanos, lo que vivía mal lo somatizaba a través de enfermedades.
Hubo una época de mi vida que estar enferma era recurrente, así que después de haber pasado por médicos, mis padres, asesorados por un familiar cercano, empezaron a acudir a un “vegetariano”.
Por aquel entonces así se le llamaba, pero en realidad como igual estás pensando, era un médico naturista.
Me cambió la alimentación y mi madre en su sabiduría infinita dijo “pues toda la familia va a comer lo mismo” así que nos hicimos todos vegetarianos.
Conocí: los emplastos de hojas de verbena, los vahos de eucalipto, las infusiones de cebada, los caldos de cebolla y manzana, las cataplasmas de linaza y mostaza, en fin todo lo del mundo de la naturopatía.
Pasaron los años y también sin yo pedirlo, otro familiar cercano nos enseñó la meditación transcendental. A mí me gustaba, así que la practicaba.
Recuerdo perfectamente cuando me explicaron como tenía que hacer, el olor a incienso, la vela encendida, el altar… Me dejó fascinada. Algo dentro de mí reconocía todo aquello.
Hoy te digo que resonó conmigo.
Todo esto que te cuento habla del conocimiento que de manera práctica se fue poniendo en mi camino, siempre relacionado con la salud y siempre desde diferentes dimensiones del ser humano.
Uno va creciendo y la vida te va llevando.
Me topé con el teatro y me gustó, por eso me empecé a formar para ser actriz y mira qué curioso porque me hizo desarrollar la escucha íntima con mi propio cuerpo, con el entorno, la observación de otros cuerpos.
¿Sabes de qué te estoy hablando? De atención.
Practiqué la atención y aprendí a poner la intención en lo que proyectaba.
Estas son dos de las cualidades en las que se apoya un buen terapeuta.
Atención e intención.
Más adelante me empecé a formar en lo que ya había probado de la mano de otros terapeutas y que tanto me gustaba.
¿Para qué? Para poder guiar y ayudar a otras personas y ¿desde dónde? Desde la certeza de que si a mí me ha servido, a ti también puede servirte.
Comencé desde lo más físico a lo más energético.
Desde tocar con las manos hasta percibir con las manos.
Desde observar con los ojos abiertos hasta observar con los ojos cerrados.
Todo esto acompañado siempre de mucho trabajo propio de conocimiento y de descubrir lo que me fortalece y lo que me debilita, porque el conocimiento de uno mismo, de una misma, es la clave para vivir desde un estado de equilibrio físico, energético y mental – emocional.
Esto último te lo resumo en esta frase:
Vivir en salud.
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